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Una ballena solitaria recorre el mar buscando a su manada. Un cazador la persigue sin descanso y no parará hasta darle alcance. Dos protagonistas, y como escenario el inmenso y misterioso océano.
En la línea de la tradición de los mejores relatos de aventuras, Paloma Sánchez Ibarzábal firma esta narración épica .
Se trata de una epopeya moderna sobre la lucha de un hombre contra las fuerzas de la naturaleza, pero la obra ofrece además otro nivel de lectura más intimista. Porque esta también es una historia que habla de soledades: la de un viejo lobo de mar en su barco y la de una ballena que un día perdió a su grupo en una tormenta.
La autora fragmenta el discurso narrativo en escenas. Cada una comienza con un verbo: Amanece… o Anoche… seguido de puntos suspensivos. Así sabemos que al día le sucede la noche, y a cada noche otro día, en una sucesión que parece no tener fin, como ocurre con las olas. Pero al cazador nada le importa, salvo capturar a su presa. Su obsesión no conoce límites.
Vigilando día y noche, con el arpón preparado, parece imposible que al cazador se le escape la ballena. Basta con no cerrar los ojos y lanzar su arma en cuanto aparezca... Sin embargo, no es fácil atraparla. En la noche las estrellas son demasiado bonitas, y el cazador intenta contarlas... Durante el día, a veces la ballena aparece, pero demasiado lejos para lanzarle el arpón. ¿Conseguirá cazarla? Tal vez ocurra algo que no esperaba y que lo cambie todo para siempre.
En la línea de la tradición de los mejores relatos de aventuras, Paloma Sánchez Ibarzábal firma esta narración épica .
Se trata de una epopeya moderna sobre la lucha de un hombre contra las fuerzas de la naturaleza, pero la obra ofrece además otro nivel de lectura más intimista. Porque esta también es una historia que habla de soledades: la de un viejo lobo de mar en su barco y la de una ballena que un día perdió a su grupo en una tormenta.
La autora fragmenta el discurso narrativo en escenas. Cada una comienza con un verbo: Amanece… o Anoche… seguido de puntos suspensivos. Así sabemos que al día le sucede la noche, y a cada noche otro día, en una sucesión que parece no tener fin, como ocurre con las olas. Pero al cazador nada le importa, salvo capturar a su presa. Su obsesión no conoce límites.
Vigilando día y noche, con el arpón preparado, parece imposible que al cazador se le escape la ballena. Basta con no cerrar los ojos y lanzar su arma en cuanto aparezca... Sin embargo, no es fácil atraparla. En la noche las estrellas son demasiado bonitas, y el cazador intenta contarlas... Durante el día, a veces la ballena aparece, pero demasiado lejos para lanzarle el arpón. ¿Conseguirá cazarla? Tal vez ocurra algo que no esperaba y que lo cambie todo para siempre.
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Ibán Barrenetxea,
Las ilustraciones tratan de reflejar la soledad de los personajes y también sus estados de ánimo. Para recrear las emociones de los protagonistas, Ibán recurre a imágenes surrealistas como mares de hojas, de girasoles, de cadenas… Otras veces son el sol y la luna, con su presencia majestuosa, los que nos dan las pistas para interpretar lo que vemos.
El ilustrador juega con el tamaño de los objetos. Ora son ridículamente pequeños (el minúsculo barco del cazador), ora desmedidamente grandes, como los instrumentos (una brújula, un farol, un catalejo) con los que el cazador trata de localizar sin éxito a la ballena. Guiños que le sirven para introducir una nota de humor, y a la vez para poner de manifiesto, de una manera muy visual, la inutilidad de los esfuerzos del hombre frente al poder de la naturaleza.
Pero el álbum aún nos reserva una sorpresa final: esa imagen enigmática de la guarda que muestra un barco cubierto de hiedras y un arpón abandonado, y que deja en el aire una pregunta para que los lectores la contesten. ¿Qué fue del cazador?
Las ilustraciones tratan de reflejar la soledad de los personajes y también sus estados de ánimo. Para recrear las emociones de los protagonistas, Ibán recurre a imágenes surrealistas como mares de hojas, de girasoles, de cadenas… Otras veces son el sol y la luna, con su presencia majestuosa, los que nos dan las pistas para interpretar lo que vemos.
El ilustrador juega con el tamaño de los objetos. Ora son ridículamente pequeños (el minúsculo barco del cazador), ora desmedidamente grandes, como los instrumentos (una brújula, un farol, un catalejo) con los que el cazador trata de localizar sin éxito a la ballena. Guiños que le sirven para introducir una nota de humor, y a la vez para poner de manifiesto, de una manera muy visual, la inutilidad de los esfuerzos del hombre frente al poder de la naturaleza.
Pero el álbum aún nos reserva una sorpresa final: esa imagen enigmática de la guarda que muestra un barco cubierto de hiedras y un arpón abandonado, y que deja en el aire una pregunta para que los lectores la contesten. ¿Qué fue del cazador?